Sin duda un libro sorprendente y recomendable. Roberto Iniesta, cantante y alma del grupo Extremoduro firma un libro muy trabajado, con partes realmente brillantes y con algunos reflejos inconfundibles en sus frases de esa “poesía” espolvoreada que tanto nos gusta escuchar en las canciones en Extremo.
Está claro que si no hubiera obra de quien es, primero, no me habría comprado el libro y segundo, no hubiera estado tan predispuesto a su lectura, siendo muy probable que cuando el libro da un giro de 360º a la altura de la página 60 y se convierte en una historia que bien podría haber firmado el mismísimo Kafka, hubiera dejado de leerlo: Casas que se elevan y se desplazan, visiones desde la taza del water, lombrices que hablan….. ¡Uffffff!. Pero afortunadamente continué leyendo y seguí atrapado con una historia donde a pesar de tener algunos altibajos, predomina la emoción e intriga de saber donde nos llevará la mente de este genio que es Roberto Iniesta.
El protagonista, don Severino, es un notario de hábitos rutinarios, simples y repetitivos que vive en la casa donde ha vivido siempre, donde primero vivió con sus padres y donde continúa viviendo el una vez que han estos han muerto. Poco a poco esta vida tan simple se ve alterada por una serie de contratiempos domésticos que hacen que la historia se vuelva un tanto kafkiana y vayan sucediendo una serie de acontecimientos que convierten la historia en un viaje. Un viaje físico, a través de mares y continentes, de nieves, islas desiertas y selvas, pero también un viaje mental hacia la soledad y hacia la locura.
En este viaje "interno" y "externo" que realiza don Severino, me gusta especialmente la parte del relato en la Isla que me ha parecido bastante brillante, allí don Severino al estilo de un Robinson Crusoe va pasando los días y sobreviviendo hasta que de nuevo se mueve en dirección al viaje más intimo, el viaje que le llevará a la locura. Un viaje que hace cambiar el libro de nuevo, a un punto que aunque pesé que era sin retorno, vuelve más entero que nunca.
Y es que en la última parte el relato, el autor nos invita a adentrarnos hacia un don Severino que regresa al estado primigenio, a la naturaleza, a lo más básico y donde a descubierto lo realmente importante en la vida, lo más elemental. En este entorno de selva, monos capuchinos y naturaleza en estado puro, conoce a una doctora que ha ido a grabar con un equipo de grabación a un grupo de monos capuchinos y el impacto que causa sobre ellos el trazado de una carretera que están construyendo en ese momento. Esta última parte, con el amor como fondo de la historia, es mi parte preferida del libro. Roberto, con un lenguaje de notable calidad literaria, nos deleita con esas descripciones y frases llenas de matices que tan grande han hecho a Extremoduro.
También quiero destacar el final, bueno los finales. Sin duda el primero previsible, pero no menos bonito de lo deseado, el segundo te hace echar unas carcajadas.
Sin duda un libro para tener en la colección.
Guti Morrison 2010.
Está claro que si no hubiera obra de quien es, primero, no me habría comprado el libro y segundo, no hubiera estado tan predispuesto a su lectura, siendo muy probable que cuando el libro da un giro de 360º a la altura de la página 60 y se convierte en una historia que bien podría haber firmado el mismísimo Kafka, hubiera dejado de leerlo: Casas que se elevan y se desplazan, visiones desde la taza del water, lombrices que hablan….. ¡Uffffff!. Pero afortunadamente continué leyendo y seguí atrapado con una historia donde a pesar de tener algunos altibajos, predomina la emoción e intriga de saber donde nos llevará la mente de este genio que es Roberto Iniesta.
El protagonista, don Severino, es un notario de hábitos rutinarios, simples y repetitivos que vive en la casa donde ha vivido siempre, donde primero vivió con sus padres y donde continúa viviendo el una vez que han estos han muerto. Poco a poco esta vida tan simple se ve alterada por una serie de contratiempos domésticos que hacen que la historia se vuelva un tanto kafkiana y vayan sucediendo una serie de acontecimientos que convierten la historia en un viaje. Un viaje físico, a través de mares y continentes, de nieves, islas desiertas y selvas, pero también un viaje mental hacia la soledad y hacia la locura.
En este viaje "interno" y "externo" que realiza don Severino, me gusta especialmente la parte del relato en la Isla que me ha parecido bastante brillante, allí don Severino al estilo de un Robinson Crusoe va pasando los días y sobreviviendo hasta que de nuevo se mueve en dirección al viaje más intimo, el viaje que le llevará a la locura. Un viaje que hace cambiar el libro de nuevo, a un punto que aunque pesé que era sin retorno, vuelve más entero que nunca.
Y es que en la última parte el relato, el autor nos invita a adentrarnos hacia un don Severino que regresa al estado primigenio, a la naturaleza, a lo más básico y donde a descubierto lo realmente importante en la vida, lo más elemental. En este entorno de selva, monos capuchinos y naturaleza en estado puro, conoce a una doctora que ha ido a grabar con un equipo de grabación a un grupo de monos capuchinos y el impacto que causa sobre ellos el trazado de una carretera que están construyendo en ese momento. Esta última parte, con el amor como fondo de la historia, es mi parte preferida del libro. Roberto, con un lenguaje de notable calidad literaria, nos deleita con esas descripciones y frases llenas de matices que tan grande han hecho a Extremoduro.
También quiero destacar el final, bueno los finales. Sin duda el primero previsible, pero no menos bonito de lo deseado, el segundo te hace echar unas carcajadas.
Sin duda un libro para tener en la colección.
Guti Morrison 2010.
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